lunes, 6 de septiembre de 2010

Pequeño hombrecillo.

Despierta pequeño hombrecito, abre los ojos para no ver más allá de tu nariz. Piérdete en la enormidad del objeto, nunca has visto más, tienes una vista tan corta que no conoces ni tus manos. Manos con las que has osado tocar puertas ajenas que aun abiertas desconoces.

No te muevas, quédate estático como siempre lo has hecho, mientras los zopilotes te comen las entrañas. Cierra la boca, detén los fluidos que derramas sobre la cama, ese fluido aceitoso que se ha embarrado por tu mejilla. Trágate tu lengua y muere por asfixia. No contamines el espacio con tu aliento pútrido. Pero antes siente como el aire se escapa lentamente, aire que nunca debiste probar, vos no, todos antes que vos. Muérete de una vez, pero en silencio.

No eres más que un pequeño aborto, un error, un descuido. Los ojos hacia dentro, crees que lo sabes todo pero nunca has usado ni la mitad de una neurona, una plenaria ha vivido más que vos.

Te revuelcas en lo que crees saber, pero sólo te has dedicado a repetir una y otra vez cosas que nunca entenderás. Con la fuerza que cabe en mi puño te digo que eres un ignorante, ¿has visto un amanecer? ¿Te has visto a los ojos? No te conoces pobre hombrecillo.

Ensimismado ni si quiera puedes verte. Comes de la caja idiota mientras tus latidos se hacen parsimoniosos con el contenido estéril.

Aliento fétido, la dulzura de la muerte nunca ha tenido un aroma similar. Esa extensión tuya se cuelga de uno, lastima, hiere, se clava en lo más hondo mientras tú sigues ahí, con esa mueca burlona. Ya sin cabello, ojos magnetizados, temblor constante en el labio superior, saliva interminable (fuente de hedor), hombros caídos, barriga prominente, piernas delgadas, sexo muerto, sin pies. Abre los ojos, gira la cabeza hacia mí, veme aunque no me veas maldito idiota.

Piensa, si es que piensas, en la impostergable huida. Escapa de ti mismo si puedes, conviértete en el pedazo de estiércol que siempre has sido, no quiero verte, eres repugnante.

El cuello lleno de sebo, los pelos de la nariz asomándose queriendo escapar de vos, no pueden. Orejas grandes, llenas de cera fluida. Ni los fluidos vitales quieren mantenerse dentro de vos. Ser inútil, inmundo, grotesco, veme, no apartes de mi la vista.

Voy a bailar sobre vuestra tumba.

Anda, despierta pequeño hombrecito.

Tópicos poco típicos insolubles.


He aquí una serie de propuestas para la labor de la joven escritora escribiente inscrita en el espacio en blanco.

Si bien, la multiplicidad de espacios, de hojas, de pieles llenas de vacios, aún proponen la espera de la cúpula, no es posible iniciarse en la quema de milpas previa a la cosecha sin antes tener presente la imagen de la semilla.

Los jóvenes mixquiltecas, como es sabido, ofrecen las sienes antes del parto. Cálida caricia a la semilla, saludo a lo innombrable. Por ello la creciente controversia sobre la implantación de lo semánticamente incomprensible, el deleite. Sin embargo, la polisemia de la semilla aun no es asequible más que dentro de la hierofanía diaria de su sonrisa.

Como la hidroponía, conocida ya por los mixquiltecas dentro de los primeros años de su civilización e implantación como cultura dominante del ensueño, la hidratación de vuestra presencia sería suficiente para colonizar el terreno más desértico de la zona norte del glacial ventromedial de las cavidades coronarias de éste que escribe.

Espero no se me coloque en el extremo opuesto, también participo de las gotas. Sin embargo, en la preñez de muchos años, en la locomoción del pez, en las entrañas del texto, en el recato y en el recado, en el chisme estrujado por la psicosis social de las masas abruptas y violentas que sucumben a la impronta del parpado, también he nacido. Pero ello no ha sido por merito propio, de sus entrañas vengo.

“Favor de no sacar las sillas al jardín”, declaración imperativa que debería terminar en “hacer del jardín una silla”. De tal suerte que las cadenas no nos detengan de los glúteos sino de la pachamama en un secuestro gozoso. En las entrañas vivo.

Si bien el acertijo no es por sí solo un motivo, si lo es el misterio, ese que también he visto nacer en vuestros ejercicios matutinos. Sea en el maullido del perro o en la pata de la silla de jardín, una clara yuxtaposición de lo eternamente sin importancia. Y ahí está de nuevo, con la inquietud marcando el paso. Paso extraño, ajeno, elocuente, como la ola que habita los mil rincones de mi almohada, los mismo que esperan se colonizados. A las entrañas regreso.

Si se ha percatado la joven escribiente, las viseras están por todos lados de la propuesta, mis entrañas. Incluso en las pausas, incluso ahí, en la víscera, en la hiel, en el infortunio, la constante es la misma, vos.

Por lo tanto no ha de olvidarse la libertad de la cárcel en blanco, esos límites precisos para volar, para ser devorados como quien acaricia el paisaje; ya sea por el vuelo del lápiz, la vida de la marsopa, el cáliz, la nausea, el computador-ladilla, el parpadeo, la retorica, el desencanto y la desconfianza; el desayuno, la maroma y el circo; los limites propios y la ropa limpia; el rocío de sus palabras, la tinta derramada, la soledad y los labios color carmín.

Mis entrañas soy.

Un suspiro que no me pertenece, es vuestro, lo demás, lo demás también.